El interior de la célula eucariota no es una masa
amorfa y gelatinosa donde están diseminados al
azar el núcleo y el resto de los orgánulos. Por el
contrario, posee una organización interna
establecida por una serie de filamentos proteicos
que forman un entramado dinámico y se extienden
a través del citoplasma, sobre todo entre el núcleo y
la cara interna de la membrana celular, aunque
también los hay intranucleares.
A esta matriz
proteica y fibrosa se la denomina citoesqueleto. Su
función es particularmente importante en las
células animales, donde no existe una pared celular
que de consistencia a las células. Sin el
citoesqueleto la célula se rompería puesto que la
membrana es básicamente una lámina de grasa. La
palabra citoesqueleto puede llevar a engaño puesto
que no es una estructura inerte que funciona
únicamente como andamiaje para dar soporte a la
células y a sus diferentes estructuras.
El
citoesqueleto es una estructura muy cambiante, es
decir, a pesar de su nombre, el citoesqueleto no es
sólo los huesos de las células sino también sus
músculos. Así, es vital para que las células se
puedan mover, para establecer la forma celular,
para la disposición adecuada de los orgánulos, para
la comunicación entre ellos, para los procesos de
endocitosis y exocitosis, para la división celular
(tanto mesiosis como mitosis), para resistir
presiones mecánicas y reaccionar frente a
deformaciones, entre otras muchas más.
El
citoesqueleto parece ser un invento de las células
eucariotas, aunque se han encontrado proteínas
homólogas en las células procariotas.
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